Capítulo 3: Hazlo por mí

sábado, 13 de agosto de 2011 |

Después de poner al corriente a Raúl de todos los datos y detalles que poseían hasta el momento, le mostraron una fotografía de Paula, a pesar de que no era necesario para reconocerla. La imagen de una chica adolescente de dieciséis años, alta y delgada. Tenía unos bonitos ojos azules y el pelo rubio completamente liso y largo que recordaba al de su madre, la princesa Mónica, cuando era joven.

-Chicos, ¿me disculpáis un momento?, tengo que ir al aseo –dijo Erika levantándose de su asiento.
  -Claro.
  En cuanto Erika desapareció tras la puerta del baño, Raúl se dirigió a Patricia con tono despreocupado:
  -Oye Patri, verás, con respecto a lo de antes… yo no sabía que…
  -Mira chaval, te voy a ser muy sincera, no me gustas ni un pelo y si te aguanto, es única y exclusivamente porque la futura princesa de Mónaco esta escondida en algún lugar y de nosotros depende que sea devuelta a casa sana y salva ¿queda claro?
  -Clarísimo –contestó Raúl, aunque su voz no demostraba precisamente que Patricia le hubiera intimidado. Hubo una pausa entre ellos, que ella interpretó como su victoria, pero ni mucho menos -¿No te gusto… ni siquiera un poquito? –dijo Raúl haciendo caso omiso de lo que había dicho su compañera antes, pero cuando ésta iba a reprocharle, Erika apareció y no pudo hacer nada más que soltar un débil grito de desesperación.
  -Bueno, ¿por quién vamos a empezar?
  Patricia miró desafiante a Raúl mientras Erika buscaba entre los folios que había sobre la mesa, pero éste le respondió lanzándole un beso con la boca.

Estuvieron en la cafetería otros cuarenta minutos hablando sobre el caso. No quedaba nadie en la cafetería, a excepción de uno de los chicos que estaba desayunando desde que ellas habían entrado. Los demás se habían ido mucho rato antes, y él no dejaba de mirar a los detectives. A Patricia le resultó un tanto extraño, ese chico no quitaba la vista de los papeles y las fotografías que había encima de la mesa.
  -Oye, ¿no notáis algo raro en ése? –dijo señalándolo disimuladamente con la cabeza.
  -No ¿por qué? –preguntó Erika.
  -Me da la impresión de que no para de mirar todo lo que hacemos –contestó Patricia pensativa.
  -Serán paranoias tuyas –dijo Raúl. Tenía claro que lo que más le iba a gustar de ese caso sería hacer rabiar a Patricia y alguien como él no iba a desaprovechar la oportunidad de hacerlo, aunque en esta ocasión, Patricia no se molestó con su comentario.

            Continuaron con su trabajo, y después de pensar bien cuál era el siguiente paso a seguir, decidieron que lo mejor sería comenzar interrogando al mayordomo, David Gómez, que era veía primero a Paula habitualmente. Guardaron todos los documentos, manteniendo una fotografía del mayordomo y la dirección de su casa. A los pocos minutos, el chico que estaba sentado sin hacer nada, se levantó. Los detectives se quedaron mirándolo y pudieron ver perfectamente cómo se acercaba a ellos antes de que pudieran esconder cualquier documento que no debiera ver. El chico les preguntó la hora, aunque Patricia estaba segura de que esas no eran sus verdaderas intenciones, además, su cara…
  -Espera –dijo antes de que se marchara – Tu cara me suena.
  -¿Ah sí? –preguntó con cierta sorpresa el chico.
  -Sí, me suenas, pero no sé de qué.
  -Lo siento, pero creo que se está equivocando señorita –el chico comenzó a ponerse nervioso, pero Patricia no le hizo más preguntas así que se fue de la cafetería a paso ligero.
  -¿Lo conoces? –preguntó Erika.
  -No exactamente, pero ya sé de qué me suena.
  -Pues dilo –apremió Erika impacientemente.
  -¿Te acuerdas de Irene, esa chica morena muy alta que iba con nosotras en Bachillerato?
  -¿Irene Villa?
  -Sí.
  -No estarás insinuando que ése es…
  -Exacto –dijo Patricia antes de que su amiga terminara la frase.
  -¡Qué fuerte!
  -Por favor, ¿podéis hablar claro? –intervino Raúl un poco perdido.
  -Sí, verás, es posible que éste chico sea su hermano, Javier Villa –explicó Erika.
  -Licenciado en periodismo en la Universidad Autónoma de Madrid, lo cual quiere decir…
  -Que podría haber estado espiándonos –completó Raúl.
  -Será... -dijo Erika- Con razón no nos quitaba ojo de encima. En cuanto ha visto que recogíamos, ha venido para mirar y se ha ido.
  -¿Creéis que puede haber visto algo? –preguntó preocupada Patricia.
  -No creo. Como mucho podría haber visto la foto de David Gómez –contestó Raúl tranquilizándola, aunque lo único que logró fue cabrearla aún más.
  -¿Te parece poco? Podría averiguar que es el mayordomo del Palacio Real, y de ahí a descubrir lo que ha pasado con Paula ¡hay un paso!
  -¿Qué esperabas?, no he sido yo el que se ha puesto a gritar histéricamente como un loco en medio de la cafetería cuando me he enterado de que vosotras erais las detectives.
  -¿Me estás llamando loca histérica? –preguntó Patricia enfadada.
  -Pues sí mira, eso es lo que me pareces. Te conozco desde hace menos de una hora y no paras de criticar todo lo que hago.
  -¡Eso no es cierto! –gritó patricia.
  -¿Ah no? ¿Te estás escuchando? –Raúl alzó la voz también –Ya me has dejado claro que no te caigo bien, pero podrías hacer un esfuerzo ¿no?
  -¿Crees que no lo intento? –la voz de Patricia seguía aumentando de volumen.
  -Pues a mí no me lo demuestras –Raúl cogió su bandolera y se fue.

Erika y Patricia se miraron en silencio unos segundos.
  -Pero… ¿a qué ha venido eso Patri? –dijo Erika no enfadada, sino más bien decepcionada.
  -¿Tú también me vas a echar la bronca? –exclamó ésta aún cabreada.
  -Patri por favor, llámalo y dile que venga –su orden pareció más bien una súplica.
  -No pienso hacer eso.
  -¿Sabes?, nunca pensé que fueras tan orgullosa y tan cabezona .fue lo único que dijo Erika antes de quitarle el móvil para llamar a Raúl.

Las palabras de su amiga hirieron sin intención a Patricia, y una lágrima asomó en sus ojos haciendo que Erika la mirara de nuevo.
  -¿De verdad piensas eso de mí? –preguntó Patricia casi en un susurro intentando evitar que las lagrimas recorrieran su rostro. Erika volvió a sentarse a su lado.
  -Sinceramente, a veces no sé qué pensar. Hay momentos que eres… una chica simpática, divertida… Pero hay otros en los que ni a mí me gustaría ser tu amiga…
  La sinceridad de Erika abrió los ojos a Patricia, que abrazó a su amiga.
  -Dame el teléfono, yo misma llamaré a Raúl para disculparme.
  Erika le devolvió el móvil.
  -Llévate bien con él, tanto dentro como fuera del trabajo, hazlo por mí.
  -¿Y qué le digo?
  -Podrías empezar por invitarlo a tu fiesta de cumpleaños.
  -Pero… -Erika negó con la cabeza.
  -¿Me lo prometes?
  -Está bien, te lo prometo tuvo que decir Patricia antes de coger el teléfono y llamar a Raúl.
 
Esperó, mientras el único sonido que escuchaba eran los pitidos del teléfono comunicando, hasta que la voz de Raúl se escuchó al otro lado del móvil.
  -¿Sí?
  -¿Raúl? –preguntó tímidamente Patricia.
  -Ah, eres tú –Raúl parecía seguir enfadado por la discusión -¿Qué quiere, que sigamos discutiendo por teléfono?
  -No, verás yo… me preguntaba si… -Patricia dirigió la mirada a su amiga, que la observaba impacientemente desde la mesa –Bueno, perdón por lo de antes. Me he comportado como una estúpida y te pido disculpas. Quiero trabajar contigo, sin ti no podemos continuar –sus palabras fueron sinceras y Raúl lo notó.
  -Claro que te perdono tonta. Yo también te pido disculpas por mi comportamiento –dijo recuperando su alegría natural.
  -Entonces ¿estamos en paz? –preguntó Patricia.
  -Por supuesto, no quiero que nos llevemos mal. Te prometo que no tendrás que fingir que te caigo bien fuera del trabajo –sonrió.
  -De eso mismo te quería hablar, verás, este miércoles es mi cumpleaños, y bueno… como siempre lo celebramos Erika y yo con algunos amigos, pues he pensado que podrías venir con nosotras.
  -¿Tu cumpleaños? Eso es genial, ¿Cuántos años cumples?
  -Veintitrés –Patricia estaba ya más contenta.
  -Sigo siendo dos años mayor que tú –bromeó Raúl –Iré encantado –se hizo un silencio a los dos lados del teléfono.
  -Bueno… nos vemos dentro de quince minutos en la casa de David ¿vale?
  -A tus ordenes. Adiós –Raúl colgó el teléfono.
  Patricia volvió con Erika, que, cómo no, le preguntó cómo le había ido.
  -Ha dicho que vendrá a ayudarnos. Y sí –dijo antes de que Erika le preguntara –ha dicho que vendrá a mi fiesta.
  -Así me gusta Patri, si al final os llevareis bien y todo.
  -Tampoco te pases.
  Las dos rieron y caminaron por las calles de Mónaco hasta llegar al lugar. Era una calle estrecha, con muchos establecimientos y pocas viviendas, por lo que no les fue demasiado difícil encontrar la de David. Esperaron a que apareciera Raúl, pero pasaron los minutos y no había ni rastro de él. Llamaron a su móvil, pero estaba comunicando, y mientras estaban decidiendo qué hacer, Raúl apareció por la esquina de la calle.
  -Lo siento chicas, no he podido venir antes.
  -¿Tú acostumbras a llegar tarde a todos lados? –le reprochó Patricia bajo la atenta mirada de Erika que no quería que volviera a suceder lo de antes.
  -Tengo excusa.
  -Espero que sea buena.
  -Verás, no sé si sabéis que vengo de España. Mi avión llegó a las cinco de la mañana y ahora mismo estaba buscando u hotel para pasar la noche.
  -¿Y tu equipaje? –preguntó Patricia con curiosidad.
  -Oh, no te preocupes por eso, alquilé un cocheen el aeropuerto. Tengo las maletas ahí.
  -¿Y has encontrado hotel? –en esta ocasión, la que preguntó fue Erika, que ya estaba tramando un plan…
  -Que va, no he encontrado nada que se acople a mi sueldo aún. Seguiré buscando esta tarde.
  -Pues, si quieres, podrías alojarte con nosotras en nuestro dúplex –ofreció Erika. Patricia miró a su amiga con cara de pocos amigos –Seguro que a Patricia no le importa ¿verdad? –dijo dirigiéndose a ella con una mirada traviesa. Ésta se quedo callada unos instantes hasta que Erika le dio un codazo disimuladamente que la hizo reaccionar.
  -No, que va, puedes quedarte con nosotras –contestó sin más remedio.
  -¿En serio no… os importa? –preguntó Raúl tímidamente.
  -De verdad, no hay problema –contestó Erika antes de que estallase una bomba de relojería morena y con nombre propio…
  -Muchas gracias chicas. Os lo agradezco.
  -No hay de qué hombre –sonrió Erika- Vamos a trabajar chicos.
  Raúl llamó al timbre mientras Patricia susurraba al oído a su amiga:
  -Lo has hecho a propósito.
  -No te lo voy a negar –Erika rió orgullosa de lo que acababa de hacer.

Capítulo 2: Un caso para tres

domingo, 7 de agosto de 2011 |

Cumpliendo con las órdenes de de Castro, volvieron a la comisaría para darle los detalles.
-Adelante señoritas –dijo una voz desde la sala de reuniones al escucharlas llegar. Una vez dentro, Jorge de Castro habló de nuevo:
-¿Y bien?
-Verá señor –Erika y Patricia se acercaron a una pizarra que había en la habitación –hemos hablado con los príncipes, y parece ser que podemos empezar interrogando a las tres personas que deberían haberla visto el día de su desaparición.
            Patricia dibujó tres líneas que salían del nombre de Paula, en las que colocó los nombres del mayorodmo, la amiga de Paula y el profesor particular respectivamente. Estaban ordenados cronológicamente según el momento en que solían estar con ella.
-Está bien, aún asíhe decidido que les sería más fácil resolver el caso con ayuda.
            Patricia y Erika se miraron con gesto sorprendido, que poco después se convertiría en desaprobación.
-Pero… Jorge, nosotras estamos suficientemente capacitadas para…
-Me da igual lo que digan, la decisión está tomada. Mañana mismo el detective Raúl Torres se reunirá con ustedes en la cafetería Glamour a las nueve de la mañana, y no admito un no por respuesta.
-Pero…
-No hay peros que valgan, por cierto, no he tenido mucho tiempo para intercambiar información con él, por lo que no puedo facilitarles ninguna fotografía ni nada por el estilo para que puedan reconocerlo, por lo que le he dado sus números de teléfono para que las localice si hay algún problema. Bueno, ¿ha quedado claro? –dijo con voz firme y seca, tenía que demostrar su autoridad y dejar claro quién mandaba en ese departamento.
-Sí, sí –contestaron las dos, retraídas ante el tono de su jefe, mientras éste las invitaba a salir de la sala.
            Patricia estaba mucho más cabreada que Erika aunque ambas estaban de acuerdo en que la intervención de otro agente solo empeoraría las cosas, dado que ellas se conocían desde que eran unas niñas, se llevaban muy bien y podían trabajar perfectamente juntas. La llegada de ese detective Torres sin duda, no podía traer nada bueno.
            El camino de vuelta a casa fue silencioso. Pero solo el camino. En cuanto entraron en el piso, Patricia se desahogó y dijo, o más bien gritó, todo lo que tenía que decir con respecto al hecho de que su jefe hubiera creído oportuna una nueva incorporación para resolver el caso, un caso que al principio era de ellas.
-¡No es justo Erika!
-Lo sé Patri, pero ten en cuenta que es algo que nosotras no podemos decidir.
-Si ya lo sé, pero me da rabia. ¿Acaso no somos suficientemente buenas en nuestro trabajo? ¿Para qué tiene que venir nadie a ayudarnos?
-No la puedes pagar con él. Seguramente será un hombre mayor, quizá gordo y puede que tal vez calvo –Erika sonrió intentando animar a su amiga- Incluso puede que lleve de esas pajaritas que te resultan tan graciosas en lugar de una corbata –Pero de nada le sirvió.
-Como si es un chico joven y super guapo, no pienso llevarme bien con él.
-Vamos Patri, ¿qué te cuesta hacer un esfuerzo?, sabes que yo tampoco estoy de acuerdo con la decisión de de Castro, pero te vuelvo a repetir que nosotras no podemos hacer nada más que callar y aguantarnos.
-Por favor, vamos a dejar el tema por hoy –concluyó Patricia intentando asimilarlo y no volver a hablar del tema.- Me voy a dormir, ha sido un día muy largo.
-¡Pero si aún son las ocho! –exclamó Erika sorprendida.
-¿Te recuerdo a qué hora nos acostamos anoche? ¿O debería decir esta mañana? –gritó Patricia desde su cuarto riéndose a pesar de su frustración.
-Tienes razón. Aún así yo voy a cenar antes de dormir. Que descanses.
-Igualmente, y no olvides que mañana hay que estar en la cafetería Glamour a las nueve. Por cierto, ¿tú sabes dónde queda eso? –preguntó Patricia volviendo a salir de su habitación.
-No, no he ido nunca ¿y tú?
-Ni idea.
-Bueno no te preocupes, seguro que encontramos la forma de llegar –dijo Erika sonriendo –Buenas noches.
-Buenas noches.

                                                                       ***

            ¡Pii…Pii!
            Ambos despertadores sonaron simultáneamente a las ocho menos cuarto de la mañana, pero como era de esperar, ninguna de las chicas se levantó hasta pasados los cinco minutitos de rigor. Sin intercambiar muchas palabras (pues las dos estaban más dormidas que despiertas), desayunaron en la cocina, y tras su ducha matinal, abrieron sus respectivos armarios para coger lo primero que pillasen, eso sí, siempre combinado vaqueros, camisetas, chaquetas, botas… Después de peinarse y no sin antes haberse maquillado, se dirigieron al salón para buscar en la guía la dirección de la cafetería Glamour.

            Al cabo de unos minutos, ya un poco más animadas, Erika y Patricia caminaban por las calles aún vacías de Mónaco. Cuando llegaron al lugar acordado, entraron y se sentaron en una mesa lo bastante escondida como para que ningún curioso pudiera ver lo que se traían entre manos. No tenían intención de pedir nada, pues habían desayunado hacía apenas media hora, por lo que cuando una camarera fue a atenderlas, pusieron la excusa de que esperaban a alguien. Y en cierto modo era verdad, aunque no supieran aún a quién estaban esperando exactamente.
           
            Patricia miró detenidamente a cada una de las personas que había allí, pero ninguna de ellas parecía ser el detective Torres. Había un grupito de mujeres tomando café, tres chicos desayunando unas enormes tostadas, dos hombres observando a la camarera prepararles lo que parecía ser el primer whisky de un día posiblemente muy largo…

            Cada vez que la puerta se abría las dos giraban la cabeza para ver quién entraba. La primera vez, se trataba de una mujer con un niño pequeño. Nada. Una chica joven. Nada. Un hombre con traje y corbata, calvo  y bastante gordo. Sin saber por qué, Erika y Patricia pensaron automáticamente que era él, pero enseguida desecharon la idea cuando éste se sentó con los hombres del whisky. Al ver que Raúl Torres no daba señales de vida, Patricia comenzó a enfadarse.
-Esto es ridículo. Que tengamos que estar esperando más de un cuarto de hora para conocer a alguien al que ni siquiera queremos conocer.
-Va Patri, seguro que tendrá sus motivos para llegar tarde.
-Sí claro, ¿Cómo qué? ¿Qué hay atasco?-dijo irónicamente- por favor, son las nueve de la mañana y es domingo.
-No sé porqué tarda tanto, pero está claro qué… -en ese momento Erika calló para poder ver a la persona que atravesaba la puerta en ese instante.

            Era un chico joven, de unos veinticinco años, moreno de piel y cabello. Gracias a la claridad del local, se podían distinguir unos preciosos ojos verdes que dejaron fascinada a Erika. Llevaba unos vaqueros, zapatillas y una camisa. De su hombro colgaba una bandolera que parecía estar bastante llena.
-¿Será éste? –preguntó Erika con ganas de que la respuesta fuera sí.
-No creo, mira cómo va vestido –de nuevo, Erika volvió a repasar detenidamente al chico de pies a cabeza. Sinceramente, no estaba nada mal. Su camisa, remangada hasta el codo, permitía adivinar los musculosos brazos que se escondían bajo ella. Además, la imaginación de Erika también podía intuir un perfecto torso modelado tras horas y horas de gimnasio.
-Pero bueno, como nosotras no podemos revelar nuestra identidad a cualquiera, y además no tenemos su teléfono, debemos esperar a que él llame –dijo aún con esperanzas.

            El chico se sentó a un par de mesas de donde estaban, y al cabo de un rato se acercó a ellas.
-¿Querías algo? –preguntó Patricia lo más simpática que pudo.
-Bueno –dijo el chico. Su voz era dulce y tímida, aunque nada tenía que ver con su carácter, y lo demostró al instante. –Querer, quiero muchas cosas, como a ti por ejemplo, pero dado que no me conoces de nada y que posiblemente rechazarías una cita conmigo, he pensado que podría invitaros a desayunar simplemente, dejando la cita para otro momento.
            Patricia se sonrojó, quizá lo suficiente como para no poder disimularlo.
-Eh, eh, no te sonrojes, era solo una broma, simplemente os he visto ahí esperando y sin pedir y he pensado en… bueno, ya sabes…
-A ver, para empezar ya hemos desayunado, y estamos aquí por trabajo. Estamos esperando a un compañero –dijo Patricia intentando quitárselo de encima. Aunque le había hecho ilusión la contestación del chico, no podía permitir que se quedara con ellas. Por desgracia, ya esperaban a alguien.
-Vale señorita, lo siento, no era mi intención molestarla –se disculpó amablemente el chico –lo cierto es que yo también estoy aquí por motivos de trabajo, así que si me disculpáis, voy a llamar un momento por teléfono. Ha sido un placer conoceros.
-Adiós –se despidió tímidamente Erika, porque Patricia no contestó.
Cuando el joven se hubo marchado, Erika comenzó a echarle la bronca a Patricia.
-¿Por qué eres tan…tan…?
-¿Tan simpática? ¿Agradable?, espera ya lo tengo, ¿especial? –rió Patricia, y a sus risas se añadieron las de Erika.
-De verdad, yo no te entiendo, con lo bueno que estaba…
-Venga Erika por favor… -las dos volvieron a reír. En ese momento se escuchó una musiquita en el bolso de Patricia. Era su móvil.
-Número desconocido. Debe de ser Raúl Torres –dedujo con desgana.
-Cógelo.
-¿Si? –dijo cortando a Rihanna a media canción.
-Em… hola –dijo una voz tímida al otro lado del teléfono -¿Eres Patricia Ferrero? –estaba claro que se trataba de Raúl Torres, aún así había algo que no cuadraba. Esa voz dulce y tímida…demasiado familiar….
-Sí soy yo, ¿eres el detective Torres?
-Sí. Verás, estoy aquí en la cafetería Glamour ¿dónde estáis vosotras?
-Nosotras también estamos… -Patricia cayó en la cuenta, y al igual que a ella, a Raúl Torres le había resultado conocida la voz al otro lado del teléfono, por lo que los dos se giraron para encontrarse de cara el uno al otro. Raúl se quedó con el móvil en la oreja y boquiabierto. Se había sonrojado, incluso más que Patricia antes. La misma cara de sorpresa era la que tenía ella en ese momento. Erika, al ver la cara de su amiga, buscó con la mirada lo que tanto sorprendía a Patricia, y al ver al chico que se les había acercado antes, con la misma cara de asombro, entendió lo que estaba pasando. Ese chico era Raúl Torres, el detective que les tendría que ayudar en el caso. Bien, al final había tenido suerte. O no. Durante unos segundos los tres se miraron los unos a los otros sin saber qué decir, hasta que por fin, Erika como siempre, rompió el silencio:
-Vaya… así que tú eres… Raúl, nuestro… ayudante –dijo con algunas pausas.
-Sí sí, soy yo –dijo él saliendo de su ensimismamiento.
-Bueno, yo soy Erika. ¿Nos sentamos? –dijo Erika intentando evitar las reacciones de Patricia. Sabía que a su amiga no le iba a gustar ese tal Raúl fuera como fuera: guapo, gordo, calvo, joven… Pero no pudo evitarlas.
-No me lo puedo creer –dijo Patricia aún perpleja.
-Ni yo –contestó Raúl con la misma voz de asombro.
-¡No tienes pinta de detective privado! –dijeron los dos al unísono, y sus voces pasaron del asombro al desprecio.
-Uy, uy, que compenetración, esto va a ser divertido –dijo Erika. Los dos se giraron hacia ella y Patricia le lanzó una mirada que indicaba que era mejor callarse.

Capítulo 1: Extraña desaparición

sábado, 23 de julio de 2011 |

                   12 de febrero de 2002, Mónaco.
           No era un día normal, un sábado cualquiera, no. Al menos la familia real sabía que no lo sería. Después de varias horas de larga espera, todos empezaron a preocuparse de verdad. Aunque Paula, la única hija de los príncipes, nunca había llegado a casa demasiado tarde, esa noche no fue así. Era ya la una del mediodía, y aunque todos sabían que los jóvenes como ella veían normal llegar tarde a casa tras una larga noche de fiesta, sus padres, los príncipes intuían que algo malo le había pasado.

            La última vez que vieron a Paula fue el día anterior, viernes, a la hora de la comida. Paula les había dicho que después de las clases de piano, había quedado con Laura, su mejor amiga, para hacer un trabajo de filosofía, y que después iban a salir como todos los fines de semana. Sus padres le dijeron que no volviera tarde, eso es todo, pero hacía ya varias horas que debería haber llegado, y eso les ponía muy nerviosos.

            Cuando se hartaron de esperar a que Paula diera señales de vida, decidieron llamar a Jorge de Castro, comisario del Departamento de Investigaciones y Detectives Privados de la comisaría de policía, y así lo hicieron.

-No se preocupen, en una hora estarán allí dos de mis mejores detectives. Ellas se encargarán del caso –dijo de Castro una vez hubieron comunicado la situación-. Por favor, facilítenles todos los detalles, por insignificantes que sean. –Como usted diga, les estaremos esperando –colgó.

            Jorge de Castro se dirigió a su gran despacho para buscar en su ordenador las personas a las que tenía pensando encomendar el caso. En seguida, las dos aparecieron en la pantalla. Eran dos chicas que trabajaban siempre juntas pues ambas formaban un equipo muy completo bastante especializado para su corta edad, y para satisfacción del señor de Castro, en esos momentos no tenían ningún caso asignado. Jorge cogió el teléfono situado encima de su escritorio, marcó el número y esperó impacientemente.
                                                                      
                                                       ***
            En un pequeño dúplex situado en pleno centro de Mónaco, vivían Patricia Ferrero y Erika Rodríguez. Amigas desde la infancia, compartían piso y trabajo. A pesar de sus 22 años, su generoso sueldo podía permitirles algún que otro capricho. Hacía poco que Patricia se había sacado el carné de conducir y se acababa de comprar un Mini. También Erika se había comprado una moto no hacía mucho. Se podía decir que todo les iba genial. Simpáticas  y divertidas, no pasaban desapercibido allá donde fueran. Erika era muy sociable, al contrario que Patricia, que era tan tímida como le era posible. Quizá lo que más les hacía parecerse, era su aspecto. Las dos, altas de ojos oscuros y pelo largo moreno, vestían de forma juvenil, casual, despreocupada.

           Ambas eran de una pequeña ciudad costera bañada por el Mediterráneo, del este de España, aunque se habían trasladado a Mónaco tras haberse titulado.

          Aunque ya era la una y media de la tarde, como casi todos los sábados, seguían durmiendo, cuando de repente, un fuerte timbre rompió el silencio de la casa. Pasó un rato hasta que Patricia se levantó a contestar.
-¿Si?-preguntó con voz cansada y bostezando.
-¿Señorita Ferrero? –dijo una voz al otro lado del teléfono.
-Sí, sí soy yo comisario de Castro –contestó rápidamente Patricia intentando disimular su voz somnolienta.
-Bien, ¿la señorita Rodríguez está ahí con usted? –Patricia dirigió una rápida mirada a la habitación de Erika que estaba abierta, y en la que evidentemente ella seguía durmiendo.
-Sí, está aquí conmigo –mintió Patricia- ¿Qué es lo que quiere?
-Verá, me gustaría encargarles un caso de máxima importancia y es necesario que estén aquí en menos de veinte minutos. ¿Sería eso posible?
-Eh…pues… -Patricia titubeó un poco y asintió aunque sabía que era prácticamente imposible que llegaran a tiempo-. Sí, en veinte minutos estaremos allí, adiós.
-Oh, oh –dijo para sí misma. Corrió hacia la habitación de Erika intentado despertarla con cuidado.
-Umm… -gimió Erika cuando Patricia empezó a zarandearla ligeramente.
-Erika despierta –susurró Patricia-, despierta, de Castro acaba de llamar diciendo que nos quiere encargar un caso de máxima importancia y que tenemos que estar en comisaría en menos de veinte minutos.
-¿De Castro? –Erika asomó la cabeza por encima de las sábanas con los ojos aún cerrados.
-Sí
-¿Máxima importancia? –dijo ya casi destapada.
-Sí.
-¿Veinte minutos? –preguntó completamente incorporada.
-¡Sí!
Erika saltó de la cama y se fue directa al baño a darse una ducha para despejarse. Patricia hizo lo mismo. Al cabo de unos quince minutos estaban ya arregladas, y aunque no les había dado tiempo a desayunar, se fueron.
-Nos vamos en mi moto ¿vale? –más que una pregunta fue una afirmación.
-Está bien, no es plan de que lleguemos tarde hoy, y si vamos las dos juntas mejor –dijo Erika mientras controlaba si llevaba bien el flequillo o no en el espejo del ascensor. Salieron del edificio y se dirigieron a una moto plateada situada en la puerta de este, se pusieron sus cascos, montaron y se dirigieron hacia la comisaría, donde les esperaba impaciente Jorge de Castro, en su despacho, sentado tras el escritorio. Se levantó a saludarlas y volvió a su sillón ofreciéndoles asiento.
-Bueno, ¿de qué se trata en esta ocasión, comisario? –preguntó Patricia.
-Pues como ya les he dicho por teléfono, es un caso de máxima importancia y que requiere absoluta discreción –Patricia y Erika se miraron sin poder disimular una enorme satisfacción por el caso tan importante que les habían asignado-. Por eso no he podido darles más detalles hasta que no estuvieran aquí. Las chicas seguían escuchando atentas a las palabras de de Castro, pero estaban impacientes por saber de qué trataba el caso, ¿sería un robo a una gran empresa?, ¿o quizás se trataba de una banda organizada a la que tenían que seguirle el rastro? Como si les hubiera leído el pensamiento, de Castro comenzó a explicarles todo lo que sabía.
-Se trata de Paula Rivas de la Torre, la hija de los príncipes de Mónaco –no hicieron falta más explicaciones para saber quién era Paula- sus padres llamaron hace una media hora muy preocupados porque lleva desde ayer por la tarde sin aparecer por casa. Temen que le haya pasado algo, pues ayer salió con su amiga y… ya se sabe. Aún así no podemos descartar la idea del secuestro pues tenemos varios indicios de que es lo más probable ya que como sabéis, el Rey Gonzalo II, abuelo de la chica, lleva dos semanas ingresado en el hospital de Montecarlo debido a su cáncer de pulmón que pronto le cobrará la vida, y cuado esto suceda, los príncipes pasarían a ser reyes y Paula al ser hija única sería la princesa de Mónaco. Pero eso no es todo, al ser la única nieta del Rey, heredará una gran fortuna.
           Erika y Patricia que habían estado oyendo las conclusiones de Jorge, quedaron muy impresionadas ante esas palabras, no esperaban algo tan… no podían describirlo con un adjetivo pues el simple hecho de que pudiera tratarse de un secuestro, les ponía los pelos de punta. A pesar de eso, las dos estaban muy orgullosas de que de Castro hubiera contado con ellas. Ahora, después de la teoría, tocaba pasar a la práctica.
-De momento, lo primero que deben hacer es ir al palacio real y hablar con los príncipes, ellos les darán todos los detalles.
-Está bien, enseguida nos dirigiremos hacia allí, comisario –dijo Patricia de acuerdo con la orden de su jefe-. Hasta luego, y por cierto, gracias por confiar en nosotras para este caso.
-Ustedes se lo han ganado, desde que llegaron han sido mis detectives más eficaces, y solo los mejores pueden hacer este trabajo. Una última cosa –dijo Jorge antes de que se marcharan-, cuando hayan terminado vengan a contarme sus primeras conclusiones y decidiremos qué hacer, y por cierto, no creo que haga falta repetir que el caso requiere la máxima discreción.
-Vale no se preocupe aquí estaremos en cuanto acabemos de hablar con los príncipes, y tranquilo, seremos muy discretas señor –concluyó Erika.
-Eso es todo, pueden marcharse.

          Patricia y Erika salieron de la comisaría para dirigirse de nuevo a la moto.
-Oye Patri, ¿desde cuándo tratas a de Castro así de…? Parecías su criada.
-Erika por favor, es cuestión de educación –contestó Patricia con un tono de voz que dejaba claro que la respuesta era obvia.
-Sí, lo que tú digas. Me preocupas Patri, ¿es mi impresión o este caso te lo vas a tomar mucho más en serio que los demás?
-No digas tonterías Erika, sabes de sobra que todos nuestros casos me los tomo muy en serio –la voz de Patricia comenzaba a adoptar un cierto tono de enfado.
-Lo sé, y por eso mismo me preocupo. Te involucras demasiado en todos los casos y mientras tanto te olvidas completamente de todo el mundo, como si no hubiera nada más importante que resolverlo –Erika parecía preocupada por su amiga a la vez que también se mostraba algo enfadada.
Hubo un silencio irritante durante unos minutos, el tiempo que tardaron en llegar al aparcamiento. Erika no quería hablar, sabía que Patricia no esperaba eso y que sus palabras le habían chocado, pero aún así fue ella la que tuvo que romper el silencio.
-Patri… yo, lo siento, no quería ser tan… brusca.
-No te preocupes, en realidad llevas razón –afirmó Patricia, su voz sonaba triste pero clara-. Cuando estoy trabajando en algún caso, me olvido completamente de mis amigos y también me olvido de que tú aparte de ser mi compañera eres mi mejor amiga, lo siento mucho.
-Patri, yo no quería decir…
-Erika ya está, no pasa nada, intentaré que a partir de ahora eso cambie ¿vale?
Erika sonrío y se abalanzó sobre su amiga para darle un abrazo.
-Ven aquí tonta –dijo con un tono de reprimenda más bien cariñoso. Ambas sonrieron para volver de nuevo a la realidad.
-Bueno, a pesar de todo tenemos una princesa que encontrar y no creo que vaya a aparecer ella solita, así que vamos.
Volvieron a colocarse sus cascos y se dirigieron hacia el Palacio Real.

          Cuando llegaron allí, un mayordomo de aspecto joven que no parecía sobrepasar los treinta y cinco años, les condujo hacia donde se encontraban los príncipes.
Era una sala muy iluminada y grande que contaba con dos ventanales que daban a un enorme jardín. También había una mesa y unos cuantos cuadros. Cerca de la puerta, había situados dos sofás de grandes dimensiones; en uno de ellos, permanecían sentados el príncipe Alejandro y la princesa Mónica a la espera de la llegada de las detectives.
-Buenas tardes –las saludó el príncipe Alejandro poniéndose en pie al mismo tiempo que su mujer.
-Buenas tardes, alteza –respondió Patricia.
A pesar de que los príncipes se esforzaban por ser amables, no podían disimular cierta preocupación.
-Tomen asiento, por favor –pidió gentilmente el príncipe.
Patricia y Erika se sentaron el sofá que estaba vacío a petición del príncipe y comenzaron su trabajo.
-Bien –continuó- como ya sabrán Paula, nuestra hija, lleva desde ayer sin volver a casa. Ya nos había avisado que después de las clases de piano iría a casa de Laura, su amiga, a hacer un trabajo, y que después saldrían como todos los fines de semana, pero es que estamos preocupados porque ya debería haber vuelto –no pudo evitar un tono de angustia-. Hemos estado hablando con todos los empleados que estuvieron con ella antes de que se marchase para que nos dieran cualquier detalle, si tenía pensado no volver o escaparse, pero no hemos encontrado nada en especial. De todas formas queremos aportar la máxima ayuda posible.
-No se preocupen, encontraremos a Paula –dijo Erika dándoles esperanzas-. Ahora si no les importa, debemos proceder con las preguntas.
-Como no señorita –una vez más el príncipe se mostró agradable a pesar de la situación.
-Bien, mientras yo les hago unas preguntas, la detective Ferrero irá apuntando todo lo que le parezca relativamente importante –así era como solían trabajar, y los príncipes asintieron con la cabeza-. Tengo entendido que Paula da clases en un instituto privado con un horario igual al de cualquier instituto ¿no?
-Sí, comienza a las ocho menos cinco y termina a las dos menos cinco.
-Muy bien, ¿y a qué hora suele irse por la mañana?
-Se levanta a las siete, desayuna, se viste y se va sobre las siete y media a la parada del autobús donde queda con su amiga Laura.
-Vale, ¿y hay alguien que nos pueda afirmar que siguió esa rutina hasta encontrarse con Laura?
-Sí, por supuesto, David, el mayordomo, todos los días la acompaña hasta la esquina y desde allí la ve llegar a la parada.
-Pues le tendremos que hacer algunas preguntas. De todos modos, también nos vendría bien que nos facilitaran alguna dirección o algún número de teléfono donde podamos localizar a Laura.
-No se preocupe por eso –intervino por primera vez la princesa antes de llamar a una de sus empleadas-. Claudia, por favor, necesito que me traigas la dirección y el número de teléfono de Laura Molina, la amiga de Paula.
-Como no señora –dijo amablemente la chica- enseguida vengo.
Mientras esperaban a que Claudia volviera, Erika hizo una última pregunta.
-Si Laura nos confirma que estuvo con ella  hasta la salida del instituto, ¿quiere decir que después ella debería haber vuelto a comer?
-Sí –fue lo único que contestó el príncipe para dejar a Erika continuar con su pregunta.
-Y vino ¿no?
-Así es –volvió a contestar brevemente.
-Después de comer ¿qué suele hacer Paula?
-A las cuatro de la tarde, tiene clases de piano con un profesor particular hasta las cinco y media. Después, los viernes, como ayer, suele salir con sus amigas, así que viene, se viste y se vuelve a marchar. Ayer nos avisó de que después de las clases había quedado con Laura para hacer un trabajo de filosofía y que ya no pasaría por casa hasta la noche. Pero nunca antes había llegado más tarde de las cinco.
            La princesa explicó muy bien lo que debería haber hecho Paula un día normal. Así por lo menos, Patricia y Erika tenían una idea de a quién debían investigar.
-¿Nos podrían facilitar los datos del profesor particular de Paula? –añadió Patricia.
-Sí, se llama Marcos González, es un viejo amigo de la familia, Paula da clases en un pequeño estudio que tiene Marcos en la calle Montecarlo número 3. Su número de teléfono no me lo sé, pero enseguida se lo diré.

            En ese momento apareció Claudia con un papel en el que ponía la dirección y el número de teléfono de Laura.
-Claudia, ¿puedes hacer el favor de traerle a las señoritas una de las tarjetas de visita del profesor Marcos González?
-Sí, señora –Claudia volvió a retirarse.
-Miren, antes de que se marchen tenemos que comunicarles una decisión que hemos tomado con respecto al caso de Paula –el príncipe parecía haber esperado hasta el último momento para decirles algo –como todavía no estamos seguros de dónde puede estar, ni lo que puede haber sucedido, hemos decidido no decir nada a la prensa sobre su desaparición. Diremos que está enferma y que va a anular sus actos hasta que se recupere, por lo que les rogamos la máxima discreción posible, por favor.
-Cuente con ello, alteza, además creo que seria mejor que no sepan que nosotras estamos al mando del caso.
-Agradezco su colaboración señoritas, para dentro de una semana como mucho, si Paula no ha aparecido daremos a conocer la noticia. Mientras tanto, hemos convocado una rueda de prensa, ya que hoy tenía que asistir a la inauguración de un museo y un parque infantil y obviamente, no acudirá. Eso hará que la prensa empiece a sospechar.

            Apareció de nuevo Claudia con una tarjeta en la que ponía los datos de Marcos González.
-Bueno, señoritas, ha sido un placer conocerlas a pesar de las circunstancias –dijo el príncipe Alejandro cuando estuvieron todos de pie.
-Lo mismo digo –dijo Patricia tendiéndole la mano.
-Les mantendremos informados en todo momento de los avances de la investigación, no se preocupen –volvió a decir Erika imitando a su amiga e intentando darles esperanzas de nuevo.
-Adiós.


-Uf, estos casos son los que más odio –dijo Erika una vez fuera del palacio.
-¿Es que no quieres ayudarlos? –preguntó Patricia por curiosidad.
-No digas tonterías, claro que quiero ayudarles.
-Entonces, ¿cuál es el problema?
-Lo que quiero decir, es que ellos lo están pasando mal… y encima tener que ocultarlo todo y… -Erika estaba apenada- No sé si éste será tan fácil como los otros.
-Escúchame, los otros casos que hemos llevado no eran fáciles, nosotras los hacíamos fáciles. Además, ¿por qué crees que nos lo han asignado a nosotras?
-Supongo que por nuestro historial, es bastante bueno desde que empezamos, y hemos resuelto todos los casos en los que hemos participado.
-Exacto, y como bien has dicho, los hemos resuelto todos –dijo recalcando la última palabra –y no vamos a dejar que éste caso lo estropee ¿no?
-Claro que no –afirmó Erika ya más animada. Llevaban un rato caminando hacia no sabían muy bien dónde, hasta que pararon en un pequeño restaurante a comer antes de volver a la comisaría, donde de Castro les tenía preparada una sorpresa…


Todo por la corona

jueves, 21 de julio de 2011 |

En un pequeño dúplex situado en pleno centro de Mónaco, viven Patricia Ferrero y Erika Rodriguez. Amigas desde la infancia, comparten piso y trabajo. ¿Su siguiente misión? Encontrar a Paula Rivas de la Torre futura princesa de Mónaco, desaparecida en extrañas circunstancias. Pero no están solas, alguien les ayudará, quieran o no. Raúl Torres, llegará para revolucionar por completo la vida de las chicas y por qué no, también su corazón.