Capítulo 1: Extraña desaparición

sábado, 23 de julio de 2011 |

                   12 de febrero de 2002, Mónaco.
           No era un día normal, un sábado cualquiera, no. Al menos la familia real sabía que no lo sería. Después de varias horas de larga espera, todos empezaron a preocuparse de verdad. Aunque Paula, la única hija de los príncipes, nunca había llegado a casa demasiado tarde, esa noche no fue así. Era ya la una del mediodía, y aunque todos sabían que los jóvenes como ella veían normal llegar tarde a casa tras una larga noche de fiesta, sus padres, los príncipes intuían que algo malo le había pasado.

            La última vez que vieron a Paula fue el día anterior, viernes, a la hora de la comida. Paula les había dicho que después de las clases de piano, había quedado con Laura, su mejor amiga, para hacer un trabajo de filosofía, y que después iban a salir como todos los fines de semana. Sus padres le dijeron que no volviera tarde, eso es todo, pero hacía ya varias horas que debería haber llegado, y eso les ponía muy nerviosos.

            Cuando se hartaron de esperar a que Paula diera señales de vida, decidieron llamar a Jorge de Castro, comisario del Departamento de Investigaciones y Detectives Privados de la comisaría de policía, y así lo hicieron.

-No se preocupen, en una hora estarán allí dos de mis mejores detectives. Ellas se encargarán del caso –dijo de Castro una vez hubieron comunicado la situación-. Por favor, facilítenles todos los detalles, por insignificantes que sean. –Como usted diga, les estaremos esperando –colgó.

            Jorge de Castro se dirigió a su gran despacho para buscar en su ordenador las personas a las que tenía pensando encomendar el caso. En seguida, las dos aparecieron en la pantalla. Eran dos chicas que trabajaban siempre juntas pues ambas formaban un equipo muy completo bastante especializado para su corta edad, y para satisfacción del señor de Castro, en esos momentos no tenían ningún caso asignado. Jorge cogió el teléfono situado encima de su escritorio, marcó el número y esperó impacientemente.
                                                                      
                                                       ***
            En un pequeño dúplex situado en pleno centro de Mónaco, vivían Patricia Ferrero y Erika Rodríguez. Amigas desde la infancia, compartían piso y trabajo. A pesar de sus 22 años, su generoso sueldo podía permitirles algún que otro capricho. Hacía poco que Patricia se había sacado el carné de conducir y se acababa de comprar un Mini. También Erika se había comprado una moto no hacía mucho. Se podía decir que todo les iba genial. Simpáticas  y divertidas, no pasaban desapercibido allá donde fueran. Erika era muy sociable, al contrario que Patricia, que era tan tímida como le era posible. Quizá lo que más les hacía parecerse, era su aspecto. Las dos, altas de ojos oscuros y pelo largo moreno, vestían de forma juvenil, casual, despreocupada.

           Ambas eran de una pequeña ciudad costera bañada por el Mediterráneo, del este de España, aunque se habían trasladado a Mónaco tras haberse titulado.

          Aunque ya era la una y media de la tarde, como casi todos los sábados, seguían durmiendo, cuando de repente, un fuerte timbre rompió el silencio de la casa. Pasó un rato hasta que Patricia se levantó a contestar.
-¿Si?-preguntó con voz cansada y bostezando.
-¿Señorita Ferrero? –dijo una voz al otro lado del teléfono.
-Sí, sí soy yo comisario de Castro –contestó rápidamente Patricia intentando disimular su voz somnolienta.
-Bien, ¿la señorita Rodríguez está ahí con usted? –Patricia dirigió una rápida mirada a la habitación de Erika que estaba abierta, y en la que evidentemente ella seguía durmiendo.
-Sí, está aquí conmigo –mintió Patricia- ¿Qué es lo que quiere?
-Verá, me gustaría encargarles un caso de máxima importancia y es necesario que estén aquí en menos de veinte minutos. ¿Sería eso posible?
-Eh…pues… -Patricia titubeó un poco y asintió aunque sabía que era prácticamente imposible que llegaran a tiempo-. Sí, en veinte minutos estaremos allí, adiós.
-Oh, oh –dijo para sí misma. Corrió hacia la habitación de Erika intentado despertarla con cuidado.
-Umm… -gimió Erika cuando Patricia empezó a zarandearla ligeramente.
-Erika despierta –susurró Patricia-, despierta, de Castro acaba de llamar diciendo que nos quiere encargar un caso de máxima importancia y que tenemos que estar en comisaría en menos de veinte minutos.
-¿De Castro? –Erika asomó la cabeza por encima de las sábanas con los ojos aún cerrados.
-Sí
-¿Máxima importancia? –dijo ya casi destapada.
-Sí.
-¿Veinte minutos? –preguntó completamente incorporada.
-¡Sí!
Erika saltó de la cama y se fue directa al baño a darse una ducha para despejarse. Patricia hizo lo mismo. Al cabo de unos quince minutos estaban ya arregladas, y aunque no les había dado tiempo a desayunar, se fueron.
-Nos vamos en mi moto ¿vale? –más que una pregunta fue una afirmación.
-Está bien, no es plan de que lleguemos tarde hoy, y si vamos las dos juntas mejor –dijo Erika mientras controlaba si llevaba bien el flequillo o no en el espejo del ascensor. Salieron del edificio y se dirigieron a una moto plateada situada en la puerta de este, se pusieron sus cascos, montaron y se dirigieron hacia la comisaría, donde les esperaba impaciente Jorge de Castro, en su despacho, sentado tras el escritorio. Se levantó a saludarlas y volvió a su sillón ofreciéndoles asiento.
-Bueno, ¿de qué se trata en esta ocasión, comisario? –preguntó Patricia.
-Pues como ya les he dicho por teléfono, es un caso de máxima importancia y que requiere absoluta discreción –Patricia y Erika se miraron sin poder disimular una enorme satisfacción por el caso tan importante que les habían asignado-. Por eso no he podido darles más detalles hasta que no estuvieran aquí. Las chicas seguían escuchando atentas a las palabras de de Castro, pero estaban impacientes por saber de qué trataba el caso, ¿sería un robo a una gran empresa?, ¿o quizás se trataba de una banda organizada a la que tenían que seguirle el rastro? Como si les hubiera leído el pensamiento, de Castro comenzó a explicarles todo lo que sabía.
-Se trata de Paula Rivas de la Torre, la hija de los príncipes de Mónaco –no hicieron falta más explicaciones para saber quién era Paula- sus padres llamaron hace una media hora muy preocupados porque lleva desde ayer por la tarde sin aparecer por casa. Temen que le haya pasado algo, pues ayer salió con su amiga y… ya se sabe. Aún así no podemos descartar la idea del secuestro pues tenemos varios indicios de que es lo más probable ya que como sabéis, el Rey Gonzalo II, abuelo de la chica, lleva dos semanas ingresado en el hospital de Montecarlo debido a su cáncer de pulmón que pronto le cobrará la vida, y cuado esto suceda, los príncipes pasarían a ser reyes y Paula al ser hija única sería la princesa de Mónaco. Pero eso no es todo, al ser la única nieta del Rey, heredará una gran fortuna.
           Erika y Patricia que habían estado oyendo las conclusiones de Jorge, quedaron muy impresionadas ante esas palabras, no esperaban algo tan… no podían describirlo con un adjetivo pues el simple hecho de que pudiera tratarse de un secuestro, les ponía los pelos de punta. A pesar de eso, las dos estaban muy orgullosas de que de Castro hubiera contado con ellas. Ahora, después de la teoría, tocaba pasar a la práctica.
-De momento, lo primero que deben hacer es ir al palacio real y hablar con los príncipes, ellos les darán todos los detalles.
-Está bien, enseguida nos dirigiremos hacia allí, comisario –dijo Patricia de acuerdo con la orden de su jefe-. Hasta luego, y por cierto, gracias por confiar en nosotras para este caso.
-Ustedes se lo han ganado, desde que llegaron han sido mis detectives más eficaces, y solo los mejores pueden hacer este trabajo. Una última cosa –dijo Jorge antes de que se marcharan-, cuando hayan terminado vengan a contarme sus primeras conclusiones y decidiremos qué hacer, y por cierto, no creo que haga falta repetir que el caso requiere la máxima discreción.
-Vale no se preocupe aquí estaremos en cuanto acabemos de hablar con los príncipes, y tranquilo, seremos muy discretas señor –concluyó Erika.
-Eso es todo, pueden marcharse.

          Patricia y Erika salieron de la comisaría para dirigirse de nuevo a la moto.
-Oye Patri, ¿desde cuándo tratas a de Castro así de…? Parecías su criada.
-Erika por favor, es cuestión de educación –contestó Patricia con un tono de voz que dejaba claro que la respuesta era obvia.
-Sí, lo que tú digas. Me preocupas Patri, ¿es mi impresión o este caso te lo vas a tomar mucho más en serio que los demás?
-No digas tonterías Erika, sabes de sobra que todos nuestros casos me los tomo muy en serio –la voz de Patricia comenzaba a adoptar un cierto tono de enfado.
-Lo sé, y por eso mismo me preocupo. Te involucras demasiado en todos los casos y mientras tanto te olvidas completamente de todo el mundo, como si no hubiera nada más importante que resolverlo –Erika parecía preocupada por su amiga a la vez que también se mostraba algo enfadada.
Hubo un silencio irritante durante unos minutos, el tiempo que tardaron en llegar al aparcamiento. Erika no quería hablar, sabía que Patricia no esperaba eso y que sus palabras le habían chocado, pero aún así fue ella la que tuvo que romper el silencio.
-Patri… yo, lo siento, no quería ser tan… brusca.
-No te preocupes, en realidad llevas razón –afirmó Patricia, su voz sonaba triste pero clara-. Cuando estoy trabajando en algún caso, me olvido completamente de mis amigos y también me olvido de que tú aparte de ser mi compañera eres mi mejor amiga, lo siento mucho.
-Patri, yo no quería decir…
-Erika ya está, no pasa nada, intentaré que a partir de ahora eso cambie ¿vale?
Erika sonrío y se abalanzó sobre su amiga para darle un abrazo.
-Ven aquí tonta –dijo con un tono de reprimenda más bien cariñoso. Ambas sonrieron para volver de nuevo a la realidad.
-Bueno, a pesar de todo tenemos una princesa que encontrar y no creo que vaya a aparecer ella solita, así que vamos.
Volvieron a colocarse sus cascos y se dirigieron hacia el Palacio Real.

          Cuando llegaron allí, un mayordomo de aspecto joven que no parecía sobrepasar los treinta y cinco años, les condujo hacia donde se encontraban los príncipes.
Era una sala muy iluminada y grande que contaba con dos ventanales que daban a un enorme jardín. También había una mesa y unos cuantos cuadros. Cerca de la puerta, había situados dos sofás de grandes dimensiones; en uno de ellos, permanecían sentados el príncipe Alejandro y la princesa Mónica a la espera de la llegada de las detectives.
-Buenas tardes –las saludó el príncipe Alejandro poniéndose en pie al mismo tiempo que su mujer.
-Buenas tardes, alteza –respondió Patricia.
A pesar de que los príncipes se esforzaban por ser amables, no podían disimular cierta preocupación.
-Tomen asiento, por favor –pidió gentilmente el príncipe.
Patricia y Erika se sentaron el sofá que estaba vacío a petición del príncipe y comenzaron su trabajo.
-Bien –continuó- como ya sabrán Paula, nuestra hija, lleva desde ayer sin volver a casa. Ya nos había avisado que después de las clases de piano iría a casa de Laura, su amiga, a hacer un trabajo, y que después saldrían como todos los fines de semana, pero es que estamos preocupados porque ya debería haber vuelto –no pudo evitar un tono de angustia-. Hemos estado hablando con todos los empleados que estuvieron con ella antes de que se marchase para que nos dieran cualquier detalle, si tenía pensado no volver o escaparse, pero no hemos encontrado nada en especial. De todas formas queremos aportar la máxima ayuda posible.
-No se preocupen, encontraremos a Paula –dijo Erika dándoles esperanzas-. Ahora si no les importa, debemos proceder con las preguntas.
-Como no señorita –una vez más el príncipe se mostró agradable a pesar de la situación.
-Bien, mientras yo les hago unas preguntas, la detective Ferrero irá apuntando todo lo que le parezca relativamente importante –así era como solían trabajar, y los príncipes asintieron con la cabeza-. Tengo entendido que Paula da clases en un instituto privado con un horario igual al de cualquier instituto ¿no?
-Sí, comienza a las ocho menos cinco y termina a las dos menos cinco.
-Muy bien, ¿y a qué hora suele irse por la mañana?
-Se levanta a las siete, desayuna, se viste y se va sobre las siete y media a la parada del autobús donde queda con su amiga Laura.
-Vale, ¿y hay alguien que nos pueda afirmar que siguió esa rutina hasta encontrarse con Laura?
-Sí, por supuesto, David, el mayordomo, todos los días la acompaña hasta la esquina y desde allí la ve llegar a la parada.
-Pues le tendremos que hacer algunas preguntas. De todos modos, también nos vendría bien que nos facilitaran alguna dirección o algún número de teléfono donde podamos localizar a Laura.
-No se preocupe por eso –intervino por primera vez la princesa antes de llamar a una de sus empleadas-. Claudia, por favor, necesito que me traigas la dirección y el número de teléfono de Laura Molina, la amiga de Paula.
-Como no señora –dijo amablemente la chica- enseguida vengo.
Mientras esperaban a que Claudia volviera, Erika hizo una última pregunta.
-Si Laura nos confirma que estuvo con ella  hasta la salida del instituto, ¿quiere decir que después ella debería haber vuelto a comer?
-Sí –fue lo único que contestó el príncipe para dejar a Erika continuar con su pregunta.
-Y vino ¿no?
-Así es –volvió a contestar brevemente.
-Después de comer ¿qué suele hacer Paula?
-A las cuatro de la tarde, tiene clases de piano con un profesor particular hasta las cinco y media. Después, los viernes, como ayer, suele salir con sus amigas, así que viene, se viste y se vuelve a marchar. Ayer nos avisó de que después de las clases había quedado con Laura para hacer un trabajo de filosofía y que ya no pasaría por casa hasta la noche. Pero nunca antes había llegado más tarde de las cinco.
            La princesa explicó muy bien lo que debería haber hecho Paula un día normal. Así por lo menos, Patricia y Erika tenían una idea de a quién debían investigar.
-¿Nos podrían facilitar los datos del profesor particular de Paula? –añadió Patricia.
-Sí, se llama Marcos González, es un viejo amigo de la familia, Paula da clases en un pequeño estudio que tiene Marcos en la calle Montecarlo número 3. Su número de teléfono no me lo sé, pero enseguida se lo diré.

            En ese momento apareció Claudia con un papel en el que ponía la dirección y el número de teléfono de Laura.
-Claudia, ¿puedes hacer el favor de traerle a las señoritas una de las tarjetas de visita del profesor Marcos González?
-Sí, señora –Claudia volvió a retirarse.
-Miren, antes de que se marchen tenemos que comunicarles una decisión que hemos tomado con respecto al caso de Paula –el príncipe parecía haber esperado hasta el último momento para decirles algo –como todavía no estamos seguros de dónde puede estar, ni lo que puede haber sucedido, hemos decidido no decir nada a la prensa sobre su desaparición. Diremos que está enferma y que va a anular sus actos hasta que se recupere, por lo que les rogamos la máxima discreción posible, por favor.
-Cuente con ello, alteza, además creo que seria mejor que no sepan que nosotras estamos al mando del caso.
-Agradezco su colaboración señoritas, para dentro de una semana como mucho, si Paula no ha aparecido daremos a conocer la noticia. Mientras tanto, hemos convocado una rueda de prensa, ya que hoy tenía que asistir a la inauguración de un museo y un parque infantil y obviamente, no acudirá. Eso hará que la prensa empiece a sospechar.

            Apareció de nuevo Claudia con una tarjeta en la que ponía los datos de Marcos González.
-Bueno, señoritas, ha sido un placer conocerlas a pesar de las circunstancias –dijo el príncipe Alejandro cuando estuvieron todos de pie.
-Lo mismo digo –dijo Patricia tendiéndole la mano.
-Les mantendremos informados en todo momento de los avances de la investigación, no se preocupen –volvió a decir Erika imitando a su amiga e intentando darles esperanzas de nuevo.
-Adiós.


-Uf, estos casos son los que más odio –dijo Erika una vez fuera del palacio.
-¿Es que no quieres ayudarlos? –preguntó Patricia por curiosidad.
-No digas tonterías, claro que quiero ayudarles.
-Entonces, ¿cuál es el problema?
-Lo que quiero decir, es que ellos lo están pasando mal… y encima tener que ocultarlo todo y… -Erika estaba apenada- No sé si éste será tan fácil como los otros.
-Escúchame, los otros casos que hemos llevado no eran fáciles, nosotras los hacíamos fáciles. Además, ¿por qué crees que nos lo han asignado a nosotras?
-Supongo que por nuestro historial, es bastante bueno desde que empezamos, y hemos resuelto todos los casos en los que hemos participado.
-Exacto, y como bien has dicho, los hemos resuelto todos –dijo recalcando la última palabra –y no vamos a dejar que éste caso lo estropee ¿no?
-Claro que no –afirmó Erika ya más animada. Llevaban un rato caminando hacia no sabían muy bien dónde, hasta que pararon en un pequeño restaurante a comer antes de volver a la comisaría, donde de Castro les tenía preparada una sorpresa…


Todo por la corona

jueves, 21 de julio de 2011 |

En un pequeño dúplex situado en pleno centro de Mónaco, viven Patricia Ferrero y Erika Rodriguez. Amigas desde la infancia, comparten piso y trabajo. ¿Su siguiente misión? Encontrar a Paula Rivas de la Torre futura princesa de Mónaco, desaparecida en extrañas circunstancias. Pero no están solas, alguien les ayudará, quieran o no. Raúl Torres, llegará para revolucionar por completo la vida de las chicas y por qué no, también su corazón.